lunes, 4 de enero de 2010

Solo de Navidad a ocho dedos

Son las 12h30 am, Fabián Lascano deja un cuarto oscuro que a ratos parece invivible, parecería ser buena hora para empezar a volar.
Las tradiciones y fiestas populares ocultan constantemente aquello que en su clímax es lo más visible, lo prohibido pasa a ser parte del deseo generalizado y formamos juntos una cadena de lo que se puede y no se puede ver.

Poco a poco reúne el material necesario para poder levantar castillos o animales que arden a salud y satisfacción de los asistentes, una navidad cercana como esta es una oportunidad de salvar el año con algo más en las ventas.
Su habilidad no se traduce en la labor de aquel hombre que ama su trabajo, aquel desconfiado hombre aprendió a fuerza que por lo años que durara su vida estaría dedicado a levantar los mismos catillos que levantó su padre hace más de 30 años.
El sol está quemando cada parte de su intento de hogar y los explosivos se dejan seducir por las llamas lejanas de un astro, Fabián ha perdido algo.

15h30, no hay tiempo para prestarle atención al dolor, una navidad llena de luces a pesar de las actuales circunstancias obligan a seguir manipulando la suerte del humano con grandes cantidades de pólvora y materiales como el papel o restos de una planta fuerte que conjugados hacen de cualquier fiesta un motivo para festejar. Cuando están en el aire llenando de colores el cielo cansado o cuando en el cielo encienden llamas no sólo de fuego sino de esperanza, esa esperanza que por alguna razón se deja ver de manera abultada en diciembre, a nadie se le escapa esta confundida magia.

17h30, los clientes fijos y los curiosos que encontraron el lugar ideal para adquirir voladores, vacas locas, castillos gigantes y otros productos se acercan a Fabián, al fin puede tener una razonable cantidad de trabajo que ahogará las siguientes horas, se siente más tranquilo, más útil, más humano, no, no hay tiempo para estar cansado, ¿será acaso que sin luz artificial queremos encender la ciudad con el trabajo de Fabián?
Un descuido más… Una resta necesaria, un menos que duele.

Tres décadas son suficientes para saber de memoria las formas, los colores, el ángulo exacto, las conexiones, la extensión. Fabián necesita no más de un día para terminar el castillo. Toda su vida podría construir una ciudad, todo su trabajo sumaría un país imaginario de luz.
Diciembre le significa más trabajo y una calma que quizá dure hasta febrero.
Una cajetilla de cigarrillos lo acompaña antes, durante y después del trabajo. El vicio simula en sus manos un dedo, una ficción de lo perdido. Su mano izquierda posee la experiencia del trabajo duro pero oculto y, al mismo tiempo, carece del “esfuerzo anular” y la “delicadeza índice” que le arrebato el mismo medio que le da de comer, parece un trato justo: dos dedos por comida.