miércoles, 25 de julio de 2012

Encontrar un libro...

Hace unos días encontré dos obras de unos de mis escritores favoritos, Michel Houellebecq, ya tení tiempo buscando algo después de Plataforma y no tuve suerte quizá por un par de años. Ahora que están conmigo vuelvo a saborear la sensación de placer al repasar sus líneas. He tenido días de desinterés por los libros que han llegado a mi biblioteca y creo haber descubierto que hay etapas en la vida de los lectores que deben respetarse y por eso sólo me dedicaré al querido Houellebecq, sólo cuando lea lo pendiente volveré a la biblioteca para reencontrarme con el olvido.

jueves, 26 de agosto de 2010

Tengo ganas!!

Tengo ganas de tener ideas, de alimentarme de aquello que quieran decir para componer las letras que se escapan o por lo menos deberían hacerlo, de la necesidad obligatoria de escribir una tesis...
Tengo ganas de escapar un rato y escribir sobre lo innombrable, alguna idea???

viernes, 4 de junio de 2010

LEJOS DE LAS MONTAÑAS DE MANUELITO

Doña Luz iba como siempre en un bus viejo que tomaba en el centro de Quito camino a su trabajo, era empleada en una fábrica de plásticos hacía varios años y cumplía su rutina enfocada en un sueño; el más grande su vida.
Señora Rosarito ¿como está? le dijo a su vecina mientras se sentó junto a ella, bien Doña Luz muchas gracias ¿Y usted?
Doña Luz: Aquí nomás yendo para el trabajo ya sabe que hay que llegar temprano sino hay problemas con los jefes.
Señora Rosarito: Si pues ahora no hay como arriesgar nada en los trabajitos Doña Luz, es mejor llegar puntuales o buscan motivos para votar a viejas como nosotras.
Doña Luz: Así es que más nos toca, yo por eso tengo claro algo y trabajo sólo por mandarle al Manuelito a Grande Norte, ahí me han dicho que está el desarrollo, imagínese allá hay todo y bastante trabajo, mi hijito ya no va a tener que sufrir como nosotros, todo será más fácil y así moriré tranquila, sabiendo que mi hijo está feliz por allá y con un buen futuro.
Sra. Rosario, ¿De verdad cree que por allá es así?
Doña Luz: Claro, yo veo la tele, ese país es grande y hay mucho dinero, será lo mejor para él.
Manuelito tenía ocho años, era feliz en su escuela y tenía muchos amigos, se dio a conocer entre todos ellos porque adoraba hablar, nunca paraba y en cada clase se escuchaba su vocecita ronca y fuerte, solía convencer a sus compañeros de cualquier cosa, estaba entre la línea de un buen cuentero y un niño inteligente que sabía sin querer, persuadir a los demás.
En las tardes llegaba a su casa y se sentaba cerca de la ventana, le gustaba el paisaje que veía, vivir en las faldas de grandes montañas verdes, le despertaba un gran deseo por describir los colores que observaba y la mezcla de formas se convirtió en una obsesión para esa pequeña cabecita que empezaba a pensar, siempre realizaba este ritual antes de ir a comer el
almuerzo que la mayoría de veces Doña Luz dejaba preparado y cuando no, un buen arroz con huevo y salsa de tomate servía, hacía deberes, jugaba, de todo un poco mientras pasaba las horas esperando la llegada de su madre.
Sus ojos saltones y negros como el futuro que su madre veía para él en Chiquito Sur se abrían con emoción cuando veía acercarse a Lucecita como él le decía, corría para abrazarla y se contaban con amor lo que habían hecho en el día, se amaban, pero el amor suele equivocarse… el amor puede cegar a la gente.
Pasaban los años, Manuelito se convertía poco a poco en un niño alto, simpático y admirado en su colegio, Doña Luz en cambio, parecía encogerse cada día, su genio cambiaba pero no su amor por Manuelito, tenía ya un fondo importante de dólares, el objeto más cercano a Grande Norte; el destino del futuro de su hijo, para entonces, él aún no sabía que su vida ya estaba pensada y arreglada fuera de las faldas de las montañas que con él conversaban.
Un día Doña Luz esperó a Manuelito en casa y le pidió tiempo para conversar, con 19 años de edad era lo suficientemente grande como para entender que pronto ya no pertenecería a los verdes de su país porque debía volar para vivir bien según las aspiraciones de su madre.
Doña Luz: Mijito, tú sabes que yo te amo mucho y he trabajado todos estos años para que no te falte nada, no quiero que pases por lo mismo que he pasado yo en este país, es muy duro y cuando eres viejo ya no existes hijo, por eso tomé la decisión hace tiempo que harás un viaje largo hacia Grande Norte, por allá las cosas se mejoran para todos y no tendrás problemas de dinero, podrás estudiar y tener lo que quieras, aquí no hay nada, ninguna oportunidad para ti.
Manuelito la miraba con esos ojos negros desilusionados, nunca pensó que pasaría por una situación como esa, no reconocía a su madre.
Manuelito: Pero mamá yo no quiero irme de aquí, yo voy a trabajar mucho aquí y no nos faltará nada, lo prometo.
Doña Luz: La decisión está tomada hijito, el Señor de la empresa de plásticos nos ayudará con las cosas esas de la visa y los papeles, tiene conocidos ahí y pronto viajarás, sé que será muy duro pero después sabrás reconocer este esfuerzo de tu madre.

Manuel no dijo nada más y triste esperó el día en que tendría que partir, se despidió de amigos, de los verdes de las montañas, y de los lugares que no alcanzó a conocer de ese pedazo de tierra en el que su madre no creía.
Manuelito: Adiós mamá, sólo me voy porque me lo pediste pero en cuanto pueda volveré y no me iré jamás, tenía 20 años y se fue a conocer un país enorme, bello y cuna de un fatal destino para el niño de los ojos saltones.
Llegó a Grande Norte y estableció con dificultades su vivienda humilde en la periferia de algún estado unido, le ayudó mucho el dinero que su madre había ahorrado por más de 20 años y no tardó mucho tiempo en hacer notar su hábil talento oratorio, destacó en la escuela poco tiempo después, y así tejió un futuro envidiable pero que no llenaba ningún aspecto de su desterrada vida.
Logró consolidar una empresa importante de importaciones con la cual tuvo éxito gracias a la forma en como convencía a clientes y empresarios, se asoció con otras personas y así pasaron los siguientes diez años, un hombre de ojos saltones y tristes con 30 años encima llegaba a un departamento modesto en un barrio tranquilo, para mirar las pálidas ventanas del pálido paisaje y sin esperarlo era invadido por la nostalgia de aquellos verdes.
Su madre, no podía con más alegría, cada mes le llegaba “dinerito” como ella decía y frente al mundo, su único tema de conversación era el éxito de su hijo.
Tenía tanta felicidad que sólo en pocas ocasiones le quedaba tiempo para extrañarlo, para extrañar los momentos juntos en medio de lugares enriquecidos por el amor, las montañas, las calles, iglesias, los sentimientos no son los mismos si no contienen pizcas intermitentes del amor que le inyectan todos a un país, Doña Luz, probablemente nunca lo pensó.
De tanto en tanto Manuel (ito) tenía tiempo para escribir alguna tontería en hojas perdidas, su vida carecía de colores excepto el verde del dinero que hábilmente pudo ganar en su estadía por el norte, durante ese tiempo no tuvo ningún encuentro afectivo que valiera la pena recordar, todos fueron momentos efímeros que no se calaban en la mente y dan calorcito al cuerpo sólo de recordar, ausencias.
Un día de marzo, Manuel decidió volver a Ecuador y sólo debía reunir el dinero necesario para, como cualquier otro migrante, aunque con más éxito,
consolidar un negocio importante en su país, empezó a cerrar los capítulos norteños de su vida, empezó a morir aunque no lo sabía.
Al cabo de un tiempo comenzó a sentir molestia en su cuerpo, los dolores eran cada vez más recurrentes, lo que impidió su pronto regreso a Ecuador, su madre, le dijo que no se preocupara, que siguiera trabajando hasta que regresara y en resumen esa fue la sentencia del final que le esperaba.
Lunes 8 am, empleados y compañeros de trabajo perciben la ausencia del hombre más puntual que conocieron jamás, ese era un motivo de preocupación así que dos de ellos decidieron buscarlo en su casa.
Nadie atendió la puerta, sólo se sentía un profundo silencio.La tarde anterior, Manuel pasó por los resultados de varios exámenes a los que se sometió por aquellos dolores, una fuerte pulmonía invadió su cuerpo, silencio, nadie más lo sabría en mucho tiempo, llegó a casa y decidió morir, no daré detalles, después de todo mi padre no habría querido que lo recuerde así.
Yo fui uno de los círculos que papá intentó cerrar antes de regresar a Ecuador, soy el resultado de un encuentro intrascendente de mi padre y mi madre, jamás supo de mi existencia hasta que la muerte nos unió. Mi madre se enteró de la noticia y decidió contarme sobre Manuel.
Conocí así a Doña Luz, mi abuela, quien poco tiempo después me contó la historia de cómo según ella, mató a mi padre.
Decidí entonces viajar con mi padre muerto y guardado en una caja a Chiquito Sur, su primera muerte fue fría, oscura, solitaria en medio del cemento de Miami, a nuestra llegada nos recibió un Quito incomprensible, una ciudad que lloraba a sus muertos de manera distinta, y ahí mi padre murió por segunda vez, convertido en polvo que se confundiría después entre las montañas verdes que antes fueron su paisaje.
Hoy cuento la historia del hombre desterrado, del hombre que tuvo que irse sin querer, que se fue y jamás regresó porque seguimos pensando que el desarrollo y las oportunidades sólo están en las ciudades grandes, olvidamos los pedacitos de tierra que nos llenan de alegría y nos invitan a luchar, olvidamos a los que dejamos y que ya no esperan nuestro regreso.
Desde entonces vivo con una triste viejecita que perdió la luz, desde entonces me asomo por la ventana del cuarto de mi padre para verlo confundirse entre las montañas.

martes, 9 de marzo de 2010

Entrevista con los ¿muertos?

Exaltado, sudoroso, irritado y envuelto en un miedo de aquellos que se ven raros en un escéptico como él. Ángel despertó después de varias horas, en su cama y a decir verdad no sabía por qué había tenido una experiencia como la que de manera fantástica y detallada narró frente a mí…
Una entrevista, sí, una entrevista con muertos, la solicitó como un periodista lo haría y claro hoy no sabe por qué lo hizo. Aguardó sentado en la sala del hall de un antiguo y casi olvidado hotel del centro de la ciudad, su único recurso, un esfero que chocaba continuamente contra una pequeña libreta, un sonido a ratos estridente que al tiempo apaciguaba la loca sensación que lo invadió por completo. Buscaba respuestas que contrasten esos miedos necios a lo desconocido. Espero un momento casi eterno y allí mismo bajaron tres individuos que en una mezcla de realidad e imaginación se mezclaban entre gente viva, o los vivos entre ellos no lo sé. Solo él tenía la capacidad de verlos y hablar con ellos, se acercaron y lo saludaron de manera cordial, hubo algo que llamó la atención total de Ángel y era una intensa luz roja ubicada en el centro del pecho de cada hombre, obviamente preguntaría después de que se trataba y la respuesta sería la puerta abierta de un misterio que nos puede hacer pensar.
Un saludo cordial y desapareció al instante la imagen que solía tener de un muerto, “es tan parecido a mi” pensó, intentó relajarse y solo les pidió que le hablaran sobre ellos. “Vivimos después de lo que ustedes viven ahora, compartimos el espacio que ustedes comparten pero no de la misma manera, los vemos y no todos nos pueden ver y es que ni siquiera entre vivos se miran pero por alguna razón existe entre nosotros un nexo muy especial que radica en la memoria” le dijo uno de los hombres, y así era, ellos construían ciudades desde el recuerdo y la nostalgia como la Buenos Aires imaginada y hasta vivida por Borges, recurso de su memoria y su ceguera, iban al cine, a bailar y todo en un espacio paralelo al nuestro, sin prisa, con pausa, valorando lo que hoy no es importante y viviendo… viviendo como nosotros no podemos vivir aún.
Cuando comenzamos a cuestionarnos sobre realidades inminentes como la muerte, entramos a niveles de análisis a los que nos cuesta enfrentarnos, la difícil muerte, la temida, la dolorosa, después de que irónicamente se vive la muerte ya no se la piensa igual, ellos le contaron con detalle que pasa después y solo usted Señor lector juzgará si es mucha ficción o si sirve para entender un poco al monstruo.
Uno de ellos, un empresario entre risas lo miró fijamente y dijo, “en este momento podría asegurar que tú eres el muerto y yo el vivo, ¿Cómo saber quién es quién?”
Ángel alzó su mirada y estaba confundido, gotas de sudor resbalaban como fuertes soldados ladera abajo en su frágil rostro. El entrevistador no solo dejo el papel sino que ahora era cuestionado y observado, tomó aire y vio a un cuarto hombre que mostró su pecho sin querer, aquella luz era mucho más intensa que la de los tres hombres con los que había hablado, su inquietud volvió y dejando atrás técnica alguna pidió casi desesperado que explicaran de qué se trataba. El empresario lo tranquilizó era evidente que no le harían daño y así también el hecho de que enfrentarse a ese tipo de acontecimientos y verdades era y podía ser difícil para cualquiera, silencio y respiraciones antes del inicio del relato. “Cuando morimos esta luz roja se convierte en nuestro corazón o en aquella loca señal que ustedes sienten desde la ausencia y el olvido. En inicio es muy intensa como el dolor de aquellos que nos conocieron, de aquellos que nos amaron y después, pasa el tiempo despiadado y apurado como tú, poco a poco la luz se vuelve más tenue, aquel dolor ya no es dolor sino una resignación y una nostalgia que después se convierte en un intermitente olvido.
Eso nos impide tener la tranquilidad total que quisiéramos, ustedes tienen miedo del monstruo y ahora nosotros lo vivimos de manera normal y ya casi sin dolor pero a la vez tenemos miedo de la luz que se apaga… Aparece el hombre con la intensa luz y le cuenta que es lo que hacen para que la luz no se apague: Cuando la luz baja su intensidad tenemos que recordarles a los más cercanos que aún siguen vivos que estamos en algún lugar, hacemos lo que ustedes tanto rechazan por miedo, lo que según ustedes hacen los fantasmas; asustarlos, yo diría que no los asustamos, solo les damos señales para que recuerden que existimos o que debemos existir en su frágil y voluble memoria, cuando eso ocurre la luz recobra su intensidad y perdemos el miedo, ya vivimos un después pero después de esto es incierto saber que hay, es un miedo al que no queremos enfrentarnos como ustedes a la muerte.
Poco a poco los hombres se fueron alejando de él, se quedó sentado y como un tonto que quería que alguien lo pellizque para saber si era un sueño o si lo que estaba pasando era verdad, lo que le quedaba de fuerza le sirvió para tomarse un trago, caminó despacio sin poder articular coherentemente una sola idea y se dirigió por las iluminadas calles hasta su oscuro y viejo cuarto de alquiler. Despertó y ya no pudo conciliar el sueño, tenía que contar lo que había vivido en la agitada noche y a partir de eso las preguntas rondaron su cabeza. Tal vez a partir de esto no sea tan difícil hablar sobre el monstruo, tal vez después ya no le llamemos así.
“La memoria, colosal estructura de páginas, amarillas y blancas grandes y aún más grandes, se nutre también de lo que se olvida, de lo que se calla, de lo invisible y relegado”
Tan frágil es que sin querer se llena de olvidos, ahora Ángel lo entiende así y desde aquel día está atento a las señales no solo de aquellos que ya no están sino de aquellos que estando muchas veces se negó y se olvidó mirar. Se llena de recuerdos, se llena de miradas.

lunes, 4 de enero de 2010

Solo de Navidad a ocho dedos

Son las 12h30 am, Fabián Lascano deja un cuarto oscuro que a ratos parece invivible, parecería ser buena hora para empezar a volar.
Las tradiciones y fiestas populares ocultan constantemente aquello que en su clímax es lo más visible, lo prohibido pasa a ser parte del deseo generalizado y formamos juntos una cadena de lo que se puede y no se puede ver.

Poco a poco reúne el material necesario para poder levantar castillos o animales que arden a salud y satisfacción de los asistentes, una navidad cercana como esta es una oportunidad de salvar el año con algo más en las ventas.
Su habilidad no se traduce en la labor de aquel hombre que ama su trabajo, aquel desconfiado hombre aprendió a fuerza que por lo años que durara su vida estaría dedicado a levantar los mismos catillos que levantó su padre hace más de 30 años.
El sol está quemando cada parte de su intento de hogar y los explosivos se dejan seducir por las llamas lejanas de un astro, Fabián ha perdido algo.

15h30, no hay tiempo para prestarle atención al dolor, una navidad llena de luces a pesar de las actuales circunstancias obligan a seguir manipulando la suerte del humano con grandes cantidades de pólvora y materiales como el papel o restos de una planta fuerte que conjugados hacen de cualquier fiesta un motivo para festejar. Cuando están en el aire llenando de colores el cielo cansado o cuando en el cielo encienden llamas no sólo de fuego sino de esperanza, esa esperanza que por alguna razón se deja ver de manera abultada en diciembre, a nadie se le escapa esta confundida magia.

17h30, los clientes fijos y los curiosos que encontraron el lugar ideal para adquirir voladores, vacas locas, castillos gigantes y otros productos se acercan a Fabián, al fin puede tener una razonable cantidad de trabajo que ahogará las siguientes horas, se siente más tranquilo, más útil, más humano, no, no hay tiempo para estar cansado, ¿será acaso que sin luz artificial queremos encender la ciudad con el trabajo de Fabián?
Un descuido más… Una resta necesaria, un menos que duele.

Tres décadas son suficientes para saber de memoria las formas, los colores, el ángulo exacto, las conexiones, la extensión. Fabián necesita no más de un día para terminar el castillo. Toda su vida podría construir una ciudad, todo su trabajo sumaría un país imaginario de luz.
Diciembre le significa más trabajo y una calma que quizá dure hasta febrero.
Una cajetilla de cigarrillos lo acompaña antes, durante y después del trabajo. El vicio simula en sus manos un dedo, una ficción de lo perdido. Su mano izquierda posee la experiencia del trabajo duro pero oculto y, al mismo tiempo, carece del “esfuerzo anular” y la “delicadeza índice” que le arrebato el mismo medio que le da de comer, parece un trato justo: dos dedos por comida.